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viernes, 10 de agosto de 2012

Crónica desde EL INFIERNO..

Crónica desde EL INFIERNO. I Juan Carlos Gutiérrez I Escritor y Periodista.

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SAN LUIS POTOSÍ. MÉXICO.- La casa número 100 de la calle Arroyo Zarco, que tiene 280 metros cuadrados de terreno y 400 de construcción, es de 3 recámaras, 3 baños y cochera para dos autos quedó como una rebanada de queso gruyere. La mayoría de los impactos de los HKG3 de los soldados están centrados en las ventanas. En la pared de la principal está tatuado el hollín del estallido de una las granadas que silenció el vecindario.

Estaba semi amueblada al momento de ser alquilada por los civiles. Había un comedor y sillas de estilo moderno en la sala, y colchonetas aventadas en el piso. A un costado de las escaleras hay un pozo de luz cuyos cristales quedaron hechos añicos. Al igual que la puerta principal, destruida por los militares al momento de irrumpir en el domicilio.

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Mientras miembros de Servicios Periciales ingresan al domicilio, una familia de seis integrantes que vacaciona en la ciudad abandona apresuradamente el edificio marcado con el 105 de la misma calle. Uno de ellos carga a su hija de 11 años, es una niña que llora asustada mientras los soldados flanquean su partida. Los combatientes del Ejército hidratan su garganta seca con agua y refrescos que otro vecino les proporciona.

Rodeado de una veintena de soldados, el comandante de la Doceava Zona Militar Arturo Gutiérrez, llega al lugar y recorre el domicilio. Sus subalternos le ponen al tanto. En una breve entrevista sólo expresa que una tarea de inteligencia dio con el paradero de dicho grupo de civiles.

Tras el recorrido de las policías estatal y federal por la colonia y el cateo de otros domicilios cercanos para dar con los prófugos, las corporaciones dan por terminado el enfrentamiento y el operativo. Los empleados de una funeraria local sacan de la casa blanca dos cadáveres. La maniobra más difícil es bajar a la joven mujer que quedó abatida en la azotea.

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Son las dos de la tarde. El olor a pólvora permanece. El miedo permanece. Nadie sale de su casa. Al caminar por la calle Arroyo Zarco se puede patear literalmente los cientos de casquillos esparcidos en el pavimento. El sol abrasador ennegrece la sangre de los militares esparcida en el piso.

Llegaron a toda prisa y se meten a la casa. Se atrincheraron. Desde la azotea de esa residencia semi amueblada, con techos de teja roja a desnivel, por la que pagaron 18 mil pesos de renta, una joven mujer asoma su cuerno de chivo dándole la bienvenida al grupo de soldados que no se acobardan y responden con el mismo idioma. El pavimento de esa zona magnífica comienza a tapizarse de casquillos de todo calibre.

Los proveedores de cerveza y materiales de construcción que esperan entrar al club de golf La Loma creen al principio que son “cuetes”, una fiesta patronal lejana, pero los rechinidos de otras camionetas del Ejército que llegan de refuerzo los alertan y se agazapan donde pueden. Apenas 60 metros separan a los civiles de la lluvia de balas.

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“¡Salgan y les respetamos la vida!”, le gritaban los soldados a un grupo de civiles atrincherados en el número 100 de la calle Arroyo Zarco, en el exclusivo fraccionamiento Lomas del Tecnológico. Pero los civiles responden con balas que desmoronan las paredes de las casas de la zona de mayor plusvalía de la ciudad convertida ayer en campo de batalla.
La balacera no cesa, pone en histeria a los habitantes de casas de enormes ventanales donde se supone no son necesarias las protecciones. Se refugian en el piso de los baños y saturan los números de emergencia. Desde la azotea, las balas de un metálico rosado atraviesan fácilmente la lámina de una camioneta de reparto de pan dulce y un soldado cae a la banqueta malherido. Sangre brota a borbotones.

Minutos antes, los civiles habían sido perseguidos por la Avenida Garza Sada, vienen de la Salvador Nava. Tienen una semana viviendo en Lomas del Tecnológico y día tras día se percatan que guaruras de alumnos del Tec de Monterrey esperan diariamente por sus jóvenes patrones, de la hora que entran y a la que salen. Disparan a su paso para amedrentarlos, pero a quien le pegan es al Seat León de la alumna Fernanda Martínez Cabello justo cuando salía del campus.

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El cofre, los faros y una bala de trayectoria peligrosa pega en el parabrisas, justo en el lado del volante. Ella no está. Las puertas del Tec están cerradas y los vigilantes estresados. Al grupo de alumnos que se refugia en un auditorio le proyectan “Gol”, con Kuno Becker. Entre sollozos e incertidumbre los alumnos tratan inútilmente de comunicarse. La red de telefonía no es aliada en casos como éste.

Todo luce desierto. Las sirenas de la Policía Federal y estatal aproximándose y las balaceras -que cesan algunos minutos- son la banda sonora de este episodio de violencia que parece no tener fin porque los civiles no aceptan la oferta. Vivir en un penal no es una opción y aún tienen parque.

Casi en shock camina Ursus Muñoz Remolina calles abajo. Es el único civil que desafía el peligro del momento. A grito pelado y empuñando sus armas, los soldados le advierten que se retraiga. A su lado pasan camionetas de policías federales y estatales a toda prisa, el hombre exige a su hija; minutos antes policías los bajan de su vehículo y los separan en un retén preventivo de la misma colonia.

La angustia y el terror se desdibujan de su rostro cuando los soldados le indican que hay refugiados en una casa vecina y lo conducen a ella. Su niña está a salvo, pero en la superficie cerril de la calle Arroyo Zarco los soldados siguen en peligro.

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Para unos es el infierno mismo. Las balas de los atrincherados en la casa número 100 destrozan láminas de autos estacionados. Las moronas de los muros de las residencias caen sobre los cascos de los soldados atrincherados en esquinas y lotes baldíos. Los militares se colaron por una casa de la cuadra para tratar de someter la resistencia de una mujer que disparaba a dar desde la azotea.

A su vez, los civiles escupen balas al asomar sus rifles de asalto por las destrozadas ventanas de las recámaras y baños de la residencia, la cual aún tenía los anuncios de “Se renta” por presunta parte del propietario y de una inmobiliaria. Una de las cientos de balas desde la casona le pega a otro militar. A estas alturas del enfrentamiento, un helicóptero de la Policía Federal, y otro de la Policía Estatal sobrevuelan la zona. Igual una avioneta del Ejército que amedrenta sicológicamente a pistoleros y vecinos.

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Pero para otros es el espectáculo de sus vidas. Algunos vecinos de edificios de departamentos y trabajadores de obra suben a las azoteas para saciar su morbo. Desde las alturas tienen una vista de águila que hubieran deseado tener los atrincherados de Arroyo Zarco para buscar una salida, pero al frente sólo tienen a medio centenar de soldados disparándoles con sus HKG3 y por la calle de atrás a elementos de la Policía Federal.

Atrás se ven los dominios del Club de Golf La Loma: residencias relucientes con palmeras en sus patios, algún green moldeado de suave pendiente cuya tranquilidad contrasta con la realidad que ahora vive la gatillera de la azotea. Metros abajo se ve Plaza San Luis. Esa vista y dos militares en primer plano apuntándole a la cabeza son lo último que sus ojos captan.

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No todos deciden jugarse la vida a balazos con los “guachos”. Los proveedores del club que permanecen agazapados en bardas y vehículos ven claramente cómo un sujeto de playera blanca y jeans sale por la ventana de la casa colindante con el refugio de los civiles, y brinca a la calle, se sube a un Jetta de lujo color negro pero luego se baja y corre. No lo ve tan seguro. Enseguida le marca el alto a un albañil que circulaba en su camioneta pick up, viaja “de mocolita” unos metros y se baja justo frente a la caseta de seguridad para luego perderse por la barda perimetral del club.

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Ya pasaban de las 13:00 horas. En una radio-frecuencia policial se escucha “¡Péguenles, péguenles con todo!”. El intercambio de balazos sigue escuchándose y de pronto tres explosiones seguidas ponen fin al cruento tiroteo. Policías resguardando el Tecnológico de Monterrey afirman que ese sonido - similar al de una locomotora jalando los vagones en su arranque - es la música de los granadazos.

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