A PROPÓSITO DEL PRIMERO DE MAYO.
Cuando hablamos de desarrollo, es menester recurrir a los indicadores económicos, especialmente aquellos vinculados con la productividad: la industria, el comercio y los servicios, para ver donde estamos parados en comparación con otras regiones, observando el ingreso per cápita, el acceso a servicios públicos, alimentación, salud, vivienda, educación, niveles de pobreza, distribución de la riqueza, libertades y tasas de desempleo.
El trabajo es un eje central en la medición del desarrollo, se encuentra además considerado como un derecho humano, es la libertad que tenemos todas las personas para dedicarnos a la actividad que mejor nos acomode, sin embargo, sería un despropósito dejar las cosas en ese plano. Pues desde hace tiempo el concepto ha sido superado y proyectado, observándose desde diversos aspectos, vinculado estrechamente con la dignidad y la justicia, tanto por el supuesto de obtener una retribución equitativa para vivir con decoro, como su regulación jurídica y su aspecto social, cuyos contenidos y prácticas deben estar acordes con posturas éticas.
Uno de los retos de cualquier gobierno consiste en establecer las condiciones propicias para la creación de empleos a través de fomentar fuentes de trabajo y la apertura de oportunidades, como motor del desarrollo.
Por eso era indispensable, después de más de cuarenta años de vigencia, hacer modificaciones a la Ley Federal del Trabajo, para adecuarla a la modernidad y adicionalmente como una herramienta que facilitara la creación de nuevos empleos, que por diversas circunstancias aún no se han reflejado como se esperaba.
Estamos ciertos que los empleos son insuficientes al igual que los salarios, circunstancia que se presta a engrosar las filas de la economía informal, donde cada día se incorpora un buen número de personas. Eso implica que lejos de avanzar a la velocidad requerida, pasamos por un momento de estancamiento, no obstante el gasto destinado al desarrollo social, enfocado a paliar con las enormes brechas y desigualdades, y a decir de funcionarios de la Auditoria Superior de la Federación, se maneja de forma ineficiente y se utiliza como medio de control corporativista, selectivo, electorero y con desvío de recursos.
Tal parece que la salida al problema no se localiza en el corto plazo, la apuesta tiene un enfoque al mediano, esperando resultados en materia educativa por una parte, infraestructura por otra y, atraer inversiones aprovechando el potencial estratégico de nuestro país, aunque para ello es esencial otorgar reglas claras y un clima de certidumbre, cuestiones pendientes que no han aflorado.
Mientras eso ocurre, la clase trabajadora comienza a manifestar síntomas de desesperación, a falta de instituciones sólidas e incluyentes, seguimos padeciendo aún las artificiales, ocurrentes y carentes de políticas con visión de largo aliento, y la cuestión a dilucidar es: ¿seguir el camino de los controles o poner sobre la mesa la disyuntiva entre prosperidad y pobreza?, ¿círculo virtuoso o círculo vicioso?